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19. Mi cuello de útero

La última vez que fui a la ginecóloga en Argentina me felicitó por mi hermoso cuello de útero. Me preguntó si no me molestaba que llamara a su asistente para que ella también lo pudiera ver. Entre exclamaciones alagaron mi pasillo rosado mientras mi lado exterior seguía ahí acostado, mal cubierto con la bata turquesa que protege del desnudo total, porque estar desnudo en la camilla del ginecólogo sería demasiado: te mete la mano entera adentro para palparte los órganos, pero siempre con la bata puesta. Mientras seguían los piropos me acordé de que a mi tía le extirparon los ovarios y que el médico, después de cocerla, le pidió que deje de tomar pastillas de caroteno porque todo su interior estaba teñido de un violento color naranja. El mío debe ser verde. Tus hijos no van a querer salir de ahí, dijo la ginecóloga argenta, y me dio una palmadita en la rodilla mientras se daba la vuelta en su silla con ruedas para escribir no se que prescripción que completaba el chequeo.


A mi me pasó exactamente eso: el útero de mi madre era tan cálido y acolchonado que no me daban ganas de salir. Nací dos semanas y media tarde. Me pasé de acuario a piscis. Cuando por fin salí tenía la piel morada, la cabeza un poco hundida en uno de los costados y esa mirada de viejo que tienen los bebés cuando salen de ahí adentro. Lo sé por las fotos. Si no me arrepentí debe ser porque el primero que me agarró fue mi abuelo, -me lo contaron tantas veces-, y algo se le debe haber roto adentro porque desde ese día me quiso siempre como un loco hasta que se murió, y todavía hoy cuando se me aparece, -las noches cargadas de grillos en Iowa- lo sigo sintiendo.


Qué poder el de dar vida.

Qué poder el de nacer.



La ginecóloga que me toca en Iowa City se llama Christine y me hace un pap mientras hablamos de lo distinto a todo que es el paisaje de Alaska. No es fría como me imaginaba que sería una ginecóloga yankee, pero tampoco me adula el mapa interior. Saca muestras, me pregunta de todo sobre la historia clínica familiar, me sugiere que averigüe un poco más porque se me nota que no se nada. Me pregunta si quiero concebir, -are you plannig to conceive?, dice-, y me quiere recetar vitaminas de ácido fólico para evitar malformaciones del feto. Ya hablamos “del feto” como una posibilidad sólida mientras yo recién fantaseo con la idea como quien mira una escena lejana con binoculares o uno de esos telescopios que ponen en las terrazas de los edificios a los que hay que ponerles monedas para ver algo un poco más de cerca. Me da una carpetita. Están todos mis datos y más abajo dice “Your Guide to Planning for Your Pregnancy”. Lo agarro como si fuera un recién nacido. No me animo a leerlo todavía, lo escondo en un cajón tapado por otros papeles. Me incomoda que todo esté en mayúscula Your, Planning, Your, Pregnancy, parece demasiado importante.


Por el momento conseguí tres anillos anticonceptivos gratis que me aseguran tres meses más de esta vida de a dos que tanto me encanta. Ojalá que el screening de cáncer cervical y el STD (sexual trasmitted disease) den negativo.





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