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15. Luna de miel (las luces chifladas)

Estamos en Fairbanks por segunda vez en el viaje. Nos toca un cuarto con dos camas queen, él duerme la siesta en la de la derecha. Hago zapping mientras subo las fotos de la Aurora Boreal que saqué anoche. En un canal sin cortes dan La Playa. La dejo y bajo el volumen. Afuera nieva, son las 5 de la tarde. El hotel está afuera de la ciudad y lejos de todo. Decidimos pasar la tarde acá adentro. Nos dan dos fichas de madera que significan un helado gratis para cada uno. Odio el helado yankee, pero se supone que éste es artesanal. La heladería está decorada con la nariz de un avión viejo. En el lobby hay todo tipo de animales embalsamados: ardillas, ciervos, un oso polar, un bull moose (mezcla de toro peludo con papada de camello, cuernos de venado y mirada inocente), un bisonte. Tengo que preguntar si el bisonte alguna vez fue un animal de verdad, me cuesta creerlo, es demasiado grande.


Mientras Di Caprio se pasea en cuero, joven y muerto de calor, la nieve se acumula en el techo ladeado del cuarto del vecino. Ahora viene la parte donde lo ataca el tiburón. Aunque sé que no pasa nada, me pone nerviosa. Siempre les tuve miedo a los tiburones. En el tour al Círculo Polar vimos tres de esos bull mooses que todavía andan sueltos por algunas partes. Viajamos 6 horas en una combi con un viejito al volante que lleva 5 días repitiendo el recorrido sin parar. Se queda dormido. Le hablo para distraerlo. Le hago tantas preguntas que se da cuenta. Era cazador y piloto. En una época tuvo una avioneta y la usaba para cazar lobos desde el aire. Era mas fácil ubicar las manadas desde el cielo y dispararles, porque no entendían desde donde los atacaban. Cobrara 500 USD por la piel de cada ejemplar. Dice que una vez logró cazar 18 en una sola emboscada aérea. El odio me crece como una planta parásita. En una parada fotográfica le digo a la tailandesa que viaja en el asiento de adelante que me ayude a mantenerlo despierto. Se toma la tarea con seriedad. Me deja mirar en paz las hileras interminables de pinos que pasan. El paisaje es tan distinto y tan igual que es difícil saber si los que se mueven son ellos o nosotros. Afuera huele a hielo. Más arriba en la montaña la nieve se pone densa y se abraza a los pinos en formas de criaturas del invierno.

El viaje es completamente ridículo: manejamos 6 horas por un camino de montaña y hielo para llegar a un punto imaginario donde se supone pasa el Círculo Polar Ártico. Eso es todo, pero por alguna razón es increíble. Están la nieve y los pinos. Los bull moose y las ardillas. Los osos no, porque todavía duermen, pero sí unos pajaritos panzones que llaman gray jay que se te posan en la mano para llevarse migas de pan. Todd, el viejo asesino con sueño, acomoda leña en un agujero en la nieve y lo enciende con una antorcha. Saca uno de esos tridentes con mango largo que mi abuelo usaba para hacer el asado, clava un par de salchichas y las calienta en el fuego que ya vibra amarillo y potente. No espera demasiado antes de morderlas. Mientras lo veo comer pienso en las manadas de lobos, en las manchas de sangre absorbidas por la nieve. Con esa cara de viejo bueno, un asesino brutal. Pero por alguna razón me da pena. Tal vez porque sé que su jefe lo explota –le quedan 6 días seguidos de este despliegue antes de su próximo día libre- o porque me hace acordar a mi abuelo. Él también era cazador. Él también disfrutaba de apuntar y perforar, del poder de dominar, de pelar y morder. Entonces no digo nada y en mi artefacto de Poseidón pongo un pan de Viena vacío que caliento despacio sobre el fuego: como lo mismo que los pájaros.


La noche siguiente es la del tour a la montaña para ver la Aurora Boreal. Nos subimos a unos tanques militares con techos de vidrio desde donde se ve la luna. Las luces empiezan más tarde. Esperamos en una carpa con forma de semiesfera donde los guías ponen maderas en una gran salamandra para mantenernos calientes. Afuera hace -20º. En algún momento del viaje perdí la platina del trípode, por lo que tengo que hacer las fotos usando un pedazo de tronco como base. Me siento en el hielo y trato de estar quieta. Las luces no se ven verdes, pero por el balance de color en la foto se transforman. Estamos tres horas saliendo y entrando de la carpa para recuperar calor y volverlo a perder.


Anoche desde el hotel las volvimos a ver. Esta vez sí eran verdes y vibraban como locas. Hicieron formas de dragon, de dios titánico, de extraterrestre. Las vimos desde el calor del agua termal rodeados de nieve. El vapor subía haciendo nubes sobre el agua. Y arriba, pero cerca, la danza de las luces chifladas. Nuestros reflejos en el agua, que por la noche se ve petróleo. Vapor onírico. Los chinos nadando alrededor, hablando sin parar en los confines de la pileta natural y pública.


Di Caprio ya vio cómo el tiburón se comió a su compañero. Ahora está llorando. En su última película se pasea por un paisaje no muy distinto a éste. Pero ahora no hay osos porque los osos en invierno duermen.


*


Son las 12:30 y todavía sigue nevando. Fuimos demasiado tarde al único restaurante cercano del hotel y ya no sirven cena. Compramos sopas instantáneas que calentamos en el microondas y comemos viendo Armageddon. No es la primera vez que la veo. Me acuerdo de que Liv Tyler es hermosa, que Aerosmith tiene un videoclip con una escena tremendamente cursi de ella toqueteándose con Ben Affleck, que Ben tiene algo raro en la boca y es muy mal actor, que Bruce Willis está demasiado bueno como para ser el padre de alguien y que una vez más Estados Unidos salva al mundo.


La nieve brilla. Más que la mica, más que una trama de lentejuelas, brilla como un campo de luciérnagas que se encienden en contrapunto.



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