14. Flia. de Deviants
El rechazo del departamento de Arte de la Universidad de Iowa me dio el impulso para empezar a mostrar lo que hago en las largas horas de mi exilio en el Midwest. Entré a la librería de la esquina de Iowa Avenue y South Clinton a comprar estampillas para las postales de la mujer langosta. Como tenía tiempo, me puse a revisar los pocos libros de los estantes –la librería vende remeras negras con la estampa “go hawks” o IOWA en amarillo, tazas, llaveros, banderines, disfraces para los fanáticos de los Hawkeyes, lapiceras, libretas, libros de texto para los estudiantes,- con la idea de encontrar los Diarios de Virginia Woolf que hace tiempo quiero leer pero por alguna razón termino por encontrar algo que me deriva hacia otro lado. Esta vez fue Sally Mann, una fotógrafa norteamericana que conozco hace tiempo, pero recién ahora descubro que también escribe. El libro es pesado y tiene tapas grises como si fuera antiguo. Adoro este tipo de tapas y le saco el cobertor de plástico para verla mejor. Es lisa, suave, y en el centro tiene caladas dos iniciales: L.B. Ni lo dudo: me lo llevo a mi viaje por Alaska. Salimos esa misma noche, a la 1 PM en un bus lleno del target de norteamericanos que no tiene otra alternativa para moverse: homeless, mochileros, borrachos y gente del tercer mundo que no puede pagar un avión desde Cedar Rapids a Chicago como nosotros. El valor del ticket es de 10 dólares. El conductor es un African-American panzón que ronda los sesenta y habla por el micrófono con un acento premeditadamente cantado. Me toca al lado de una mujer gorda que huele a alcohol y la mitad de su cuerpo ocupa mi asiento no reclinable. Me acomodo como puedo de costado y estiro los pies por el pasillo. Mi marido se sienta con un homeless barbudo que huele a meses de andar en la calle. Tratamos de leer, porque dormir es imposible. Tratamos de no pensar en nada o de pensar en todo al mismo tiempo, lo que sea más efectivo para empujar el tiempo a que pase más rápido. Tardamos 5 horas y media. Nos duele la espalda, las rodillas. Tenemos 12 horas de espera hasta que salga nuestro avión a Alaska y ni lo dudamos: convencemos a un conserje de hotel 4 estrellas que nos cobre menos por entrar a la habitación de madrugada. Desde el piso 23 se ve parte del downtown de Chicago. Dormimos. Cogemos. Salimos a buscar donde almorzar y terminamos en un italiano comiendo fideos. Arrastramos las valijas hasta el subte y viajamos hasta el Aeropuerto. Todo el mundo viaja hoy, está lleno de gente. Llegamos a embarcar justo a tiempo. El vuelo es de 6 horas 45 minutos, pero tengo a Sally. La empiezo a leer. Es el primer libro que leo de una fotógrafa que también escribe, nos tenemos que entender.
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Elegimos ir a Alaska a pasar nuestra luna de miel. Lo de las luces nórdicas es suficientemente extraño y romántico a la vez. Nos atraía poner a prueba nuestra tolerancia térmica. Y jugar con la idea de estar obligados a mantener alto el calor corporal para soportar el frío: vino, sexo y frazadas. La pileta de agua termal del Chena Hot Spring donde acumulamos escarcha sobre las pestañas.
Los yankees tienen una palabra que me encanta: deviant. Deviant es atípico, aberrante, extraño, torcido, perverso, mutante. Es errático, fuera de línea. Desviado. Se puede construir una estética a partir de las decisiones personales. Tal vez ya no haya novedad en la transgresión, pero sí se vuelve adrenalínico usar de materia prima a la propia biografía. Iowa es un nido de deviants: ser mutante es la estética familiar. En Iowa hay poetas que sólo hablan en verso, granjeros, cantantes de country y todo un menú de alternativas sexuales (como el milico gay, la lesbiana que no se depila y ese chico con órganos de chica al que le gustan los chicos). Hay gente que hace orgías, otros cantan en el coro de la iglesia y otros se tatúan frases en la cara.
Alaska también parece tener su propia fauna. Hay algo de la personalidad de los alaskenses, -¿así se dice?- con la que me identifico como argentina y sudaca. Cierta desprolijidad, un desapego por la necesidad de alcanzar la perfección que es tan característica de los yankees. A los alaskos medio que les da igual. Hacen lo que pueden y viven con eso. Todo es menos eficiente, más precario. Como un tour por Argentina, te prometen cosas que no existen. Te boludean. Él se enoja un poco, pero a mí me da una sensación de como en casa que me relaja. Hay algo de la filosofía de las ciudades que se cifra en la dinámica de los espacios. No sé si lo puedo explicar porque es algo intuitivo, pero a veces me pasa que voy a lugares en los que nunca antes estuve pero algo me resulta familiar y hace que sepa como moverme. No creo en la reencarnación: tiene que ver con cómo se espeja el movimiento propio de un espacio en otro nuevo. Alaska y Argentina. Iowa y Villa María. Nueva York y Buenos Aires. Pero nunca antes estuve en el doble de Chicago. ¿Habrá también dobles de personas? Otros deviants con un ritmo parecido sueltos por ahí, como si en la espuma próxima cada cual hiciera sonar su propia música.