17. Chicago (cabeza de dinosaurio)
Sueño que soy una terrorista en entrenamiento. El boicot es en mi ciudad natal. Soy parte del equipo que instala lo que sea que instalamos: algo peligroso, mortal. Mi jefe me deja ir antes porque ya pasé demasiado riesgo por el día. De repente entiendo la gravedad de lo que estoy haciendo. Mi amiga F. es mi compañera. Cuando salgo del edificio le pido que me mande una carita feliz o triste por whatsapp para saber si tuvimos éxito. Ella me mira raro: si nos va bien muere un montón de gente. Mi intención es otra. Mi jefe está cerca y quiero que escuche. Estoy decidida a escapar y no quiero que sospeche de mi plan. En la puerta me encuentro con mis amigas de la infancia que vienen a este lugar a pasar el día con sus hijos. Les digo que no entren, que se vayan ahora. Quieren saber por qué. El miedo no me deja pensar. Les prometo que la razón es válida: si una vez en la vida me tienen que hacer caso, es esta. Me calmo cuando se vuelven a subir a sus autos. Camino hasta la casa de mi abuela. Esa noche es Navidad.
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Estoy en Chicago con mi amiga M. Fuimos al acuario. Vimos como una mujer buceaba adentro de una pecera gigante y le daba de comer a los peces. Volví a plantearme mi vocación. Necesito una manera de hacer todas esas fotos de turista que hace todo el mundo pero a la vez darles identidad. Compro una máscara de dinosaurio y le pido a M. que se la ponga y sea parte del paisaje de cada foto. Para NY consigo una cabeza de pájaro.
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Son las 7.45. M. duerme. Me pongo la bata de peluche rosa chicle de la dueña del departamento y aprovecho para escribir. Vamos a ir al Zoo porque es gratis. Pagamos por entrar al acuario. Amo los peces. En un rato me voy a teñir el pelo. Tengo ganas de tener algo distinto que esté a la vista. Es muy difícil andar por una ciudad como esta y no tentarte. Este país es brillante para hacerte creer que te hacen falta muchas más cosas de las que tenés. Iowa es más fácil en eso, no hay en que gastar.
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Noche de jazz en The Green Mill. El batero parece una araña. No hay piano: trompeta, contrabajo, batería y guitarra. En el subte rojo una negra muestra sus tetas redondas y adornadas con tatuajes. Nos bajamos en Lawrence y cruzamos la calle. Las líneas roja y azul están abiertas toda la noche. Llegamos para la segunda sesión. Pagamos 15 U$S. No podemos sentarnos, está lleno de gente. La selección es de zoológico. Para la tercera sesión conseguimos dos butacas en la curva de la barra. La barman tiene un look muy Roxette. El malbec es malo. The Green Mill abrió en 1935. Al Capone fue su dueño por un tiempo. Dicen que abajo hay túneles que el mafioso usaba para mover el alcohol ilegal. Ahora todos toman, incluso una mujer embarazada que veo al otro lado del escenario. Tampoco parece emocionada por la música en vivo. El batero se vuelve loco otra vez. Qué ridícula me parece ahora la música electrónica. En un borde del escenario hay una estatua dorada de una mujer desnuda con trenzas. No tiene pupilas en los ojos. Podría ser una estatua griega, pero me hace pensar en Metrópolis de Fritz Lang. M. no la vio. Está en Netflix. M. dice que las esposas normales no se van 3 semanas de pijama party con una amiga. Me encanta no tener un marido normal. Él está contento. Entró en loop novela: se encierra y hasta las 8 páginas por día no sale. Vive a papaya y mate. Me extraña sin reproche ni angustia (o dice que me extraña). Me hace falta tener más tiempo para escribir y pensar. Pero estoy de vacaciones. Mis neuronas deberían encenderse en modo observación.
Me teñí una parte del pelo de color gris. Quería hacer algo evidente sin cortarlo, el pelo largo me hace sentir constante. Nos pasamos 4 horas y media en la peluquería. La dueña le cuenta su historia amorosa a M. mientras su empleada mexicana, Elena, se ocupa de mí. Cuando nos vamos la abrazo y se emociona.
El pelo me queda un poco gris, un poco azul, un poco verde, un poco amarillo. Quiero agregar más blanco.
En el barrio mexicano me posee un sombrero rojo. La ciudad me obliga a vestirme atenta. Soy una víctima fácil.
De vuelta en The Green Mill, M. conquista a un paramédico de Winsconsin que nos invita un trago. Hay un nuevo cuarteto: piano, saxo, batería y otra especie de saxo más largo y con la boca ancha. No suenan tan bien como los anteriores. El trompetista es negro y su camisa naranja metálico. Usa un saco de smoking. Escribo en la barra y llamo la atención. Un cascarudo camina por la barra de madera del bar de Al Capone. La cosa se pone demasiado Kenny G, ya estoy lista para ir a dormir: el jazz se amelaza.