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13. Las alas de los Björkopatos

Los patos de Iowa suenan como bocinas de auto viejo.


Pasan volando de un lado al otro, los veo siempre desde la ventana de nuestro departamento en el edificio que acá llaman Aspire. A la mañana van solos o de a dos. A la tarde vuelan en grupo y hacen ves. Ayer conté trece. Una tarde al principio del otoño los vi cruzando la plaza del centro de Iowa donde está la iglesia, el museo, el Old Capitol Building, la parada de todos los buses que van a Coralville, el Mall, la bandera, las ardillas, la casa de tortas, la pizzería donde venden unas con nachos y otra con fideos. Era una bandada épica: habrán sido por lo menos cincuenta. Esa vez no los pude contar, pero torcí el cuello para seguir la flecha hasta que se hicieron puntos oscuros en el cielo azulnaranja de justo antes de que empiece la noche.


Cuando me desperté llovía. Unas horas después trata de salir el sol. El clima afuera ya es de primavera. Mañana nos vamos a Alaska. La valija mezcla texturas: mallas, gorros de lana, pantalones para la nieve. Vamos a ver la aurora boreal. Sueño con este momento desde que me enteré de que existía. Fue en el año 2000, cuando me fui por primera vez de la casa de mis padres a vivir sola. En ese tiempo la música se abrió como la boca de un hipopótamo salvaje. No más rock nacional ni bandas punk: emigrar fue cambiar de tradiciones. Con Björk descubrí Islandia. Las luces estaban ahí, en el patio helado de su casa.


*


Los patos de Islandia deben sonar en otra tonalidad: más armónicos, más verdes y salvajes.


Soñé que Björk era un gran pato blanco con alas enormes y suaves que me abrazaba. Yo no podía dormir, entonces el pato islandés me cantaba. Tenía la cara pintada de azul. Con mi cabeza apoyada sobre su pecho de plumas de seda sentía vibrar su voz metálica y dulce. Era como estar adentro de una caja de música acolchonada y con olor a lavanda. Así, calentita y amada, por fin me dormía. Y mientras dormía en el sueño soñaba que el pájaro musical me tapaba con una frazada de lana y después, de un salto, se iba volando como los patos que pasan por la ventana de mi casa en Iowa.


*


Sigo leyendo a Knausgård. Ahora estoy con el libro de su infancia. Cómo me hubiese gustado crecer en un lugar así, donde las decisiones de la vida dependen de lo que hace la naturaleza. En su infancia hay montañas y mar, nieve, bosques de pinos, playas.


Amo los cambios de estación: le dan forma al paso del tiempo.


También estoy leyendo The good life, el manual de filosofía de vida de los Nearing, un matrimonio que en los años treinta –donde ellos tenían alrededor de cincuenta años-, decidieron dejar todo y mudarse a la montaña. Armaron un sistema para vivir de su propia producción, hicieron una huerta orgánica, talaron árboles para tener leña en el invierno y empezaron un negocio de producción de syrup (especie de almíbar Norteamericano). Vendieron todo y abandonaron la ciudad. No eran tan jóvenes ni tenían tanta plata como para darse el lujo de que las cosas les salieran mal, pero insistieron. Tuvieron coraje, o simplemente la convicción de que les hacía falta un cambio radical.


No quiero pensar que Iowa es nuestro Walden. Eso dice mi marido sin parar cada vez que fantaseo con mudarnos a una casa de madera y piedra en medio de una montaña. Walden es un lugar y es un libro que escribió Thoreau sobre su experiencia de vivir durante dos años, dos meses y dos días en un bosque rodeado por la naturaleza. Walden es nuestra versión del paraíso. Yo quiero encontrar mi Walden. No sé en qué país, no sé con qué sistema, pero sí sé que me imagino viviendo en un lugar donde la naturaleza domine.


¿Por qué no?

¿Por qué no puede ser esa vida para mí?


Los Nearing hicieron la transformación cuando ya tenían 50 años y vivieron otros 50 años más siguiendo las reglas de su propio código. Y eran de Nueva York, no tenían idea de cómo plantar tomates o prender un fuego.


¿Podría sobrevivir sin calefacción central, sin leche de soja en cartón, sin banda ancha, sin ese señor que cada vez que nieva pasa con el carrito que despeja el camino del invierno que se amontona en la puerta?


Mientras me perdía pensando pasaba otro día y Iowa seguía siendo lo más cerca que estuve de mi Walden. Y los Björkopatos que cruzan ida y vuelta por mi ventana.


Si tuviera esas alas de mi sueño las usaría para irme a la mierda.






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