10. Hacia la larva
Afuera hay una tormenta de nieve. Probablemente sea la señal de que no tengo que salir, de que tengo que encerrarme y terminar mi tesis de una vez por todas. La cercanía me congela. Planeaba ir a buscar un bar donde hacer la fiesta sorpresa de cumpleaños de mi marido. Ya encargué una torta de chocolate que arriba va a decir, escrito en rojo crema: hell yeah! El viento cada vez es más fuerte y hay más y más copos. Me cuesta distinguirlos sobre el fondo de cielo gris deprimente.
El domingo pasado fuimos a una lectura de la gente del Máster de Escritura Creativa en inglés, supuestamente el mejor de Norteamérica. Un ex milico gay leyó un poema que le dedicó a una vieja amiga de la adolescencia. Le preguntaba si se acordaba de cómo su mamá los acusó de contagiarla de HIV, de las cosquillas que le subían por la columna vertebral cuando alguien le soplaba el cuello (¿o eso lo agregué yo?), de cómo nadaban en el lago del pueblo aunque hiciera frío y estuvieran a punto de perder los dedos congelados como piedras de río. Si lo inventé, de todas formas él sí estuvo y leyó otro poema sobre la armada y sus obligaciones, vestido con un pantalón de jogging, una remera negra bien pegada a su caja torácica de músculos redondeados y en el centro de su pecho una cadenita con un colgante ovalado de color violeta que de lejos se parecía a una amatista: la que aleja la tristeza. La que atrae energía positiva y aporta sabiduría.
Después, otra chica del programa de No Ficción leyó un texto sobre su primera menstruación. Afuera el techo inclinado del edificio que veo por la ventana ya está blanco de nieve. Desde éste ángulo no alcanzo a ver abajo, pero seguro el pasto también se destiñe. Otra chica leyó un par de textos sueltos y sin aparente orden cronológico sobre cómo ella y su hermana incendiaron la casa de sus padres queriendo hacer una torta. Sobrevivieron. Ella tiene en su cuerpo las marcas del fuego. No puedo dejar de pensar si su talento viene de su dolor, si la pasión con la que escribe se revitaliza con su enojo, si sus cicatrices son su fuente de poder creativo. De nuevo, esta cosa del arte de apoderarse del dolor. No entiendo por qué me molesta, si yo también lo uso como herramienta. Tal vez porque transforma al talento en una manifestación emocional momentánea. ¿Qué pasa si trabajo para superar mis traumas? ¿La creatividad se va? ¿Me quedo sin temas? ¿Qué pasa si alcanzo un nivel de espiritualidad superior o sano donde perdono, donde me limpio, donde me quedo sin enojo, sin dolor, sin conflicto, sin cinismo? La escritora de cicatrices de fuego, ¿es tan buena escribiendo sobre cualquier otra cosa? ¿O su mano derecha sin dedos no la deja salir de ese loop de dolor y liberación poética?
Al último escritor lo vi desde que entramos al “Anthology” -así lo llaman-, y supe que era uno de los cinco que iba a leernos sus textos. Con un exagerado perfil de artista sensible y seductor, leyó sus poemas donde en primera persona se deprime porque le sobran las mujeres pero no se enamora, porque es un escritor reconocido pero no le alcanza, porque afuera en Iowa hace frío y hay mucha nieve. Lo banal me molesta, el cliché patético de que los escritores se emborrachan y no saben disfrutar de la vida. Si no te pasa nada digno de mención, esa inactividad, esa falta de vida vale si te ayuda a crear universos descomunalmente brillantes como los de Borges. Pero no encuentro poético su relato sobre cómo pasan los días y se le pierden sufriendo por alguna estupidez ligada al tamaño de su ego. Me pasa lo mismo con la obra de Cindy Sherman, una artista que aparece en sus propias fotografías (que sin embargo no son autoretratos) pretendiendo tematizar “la representación del rol de la mujer en la sociedad, los medios de comunicación, la naturaleza y el arte”. Sherman sale siempre hecha una diosa, muy al estilo Sofía Loren o Gina Lollobrigida. Me enoja. Entiendo que es la forma en que critica el cliché del imaginario femenino, pero parece que le importa más mostrarse divina que darle peso a sus ideas.
Si me enojo es porque algo de esos mecanismos me espeja. Probablemente me pase algo parecido y no me de cuenta. Otra vez me pregunto por la razón del arte, por su utilidad, por su valor. Me pregunto si el que crea sin la necesidad de purgar alguna crisis no se muestra frívolo y superficial. Me pregunto si el arte tiene poder cuando nace de otra cosa que no sea de la experiencia propia. ¿Existe? ¿La objetividad estética? ¿Expresiva? Algo tan natural como la nieve de afuera.
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Mi marido dice que Hacia la larva es un título perfecto. Trataba de explicarle que ya no quiero ir hacia la adultez, sino hacia la plenitud. Soltar todo y moverme con el ritmo del mundo.
Mi sexualidad se está sanando. Me volvió el deseo. Me volvieron las ganas de amar con el cuerpo. Probablemente tenga que ver con que trato de que cada vez me importe menos mi costado externo. Aceptar el lado ying de cada cosa sana. Me hago cargo de mis perversiones, que salgan a jugar. El estado larva es el de más allá de la consciencia, el que da la vuelta y se cae arriba de la versión vieja de mi yo deprimido. No quiero que me importe más ser gorgojo por afuera: adentro hay seda.