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3. Sueños de carne

La luna afecta mi estado de ánimo. El crecimiento de mis uñas y de mi pelo. Mi deseo sexual, mis hormonas y mi ciclo menstrual.


Me cuesta dormir y comer normalmente. Sueño con hormigas y arañas que se transforman en otras cosas: un pie, un saxofón, una sandía. Lo que como me queda enroscado en el medio del cuerpo. Ayer sentí una puntada en el pecho y me pregunté si así empezaba un infarto, cuando todo está pasando, morirse, sin más. Morirse con toda la ilusión encima como una ballena que equivoca las coordenadas y se encaja en la arena. Y muere lento ante la fascinación de los curiosos en ojotas.


En estos días pensé en cómo volverme un cuerpo sin excesos, con la cantidad necesaria de carne para cubrir las costillas y los huesos, con músculos firmes sin ser exagerados, con tetas chicas y una piel del color sanguíneo suficiente para indicar salud: algo de sol, algo de sombra.


Entonces aparece la Kang y me transfiere los sueños de carne sangrante de su vegetariana. Leí el libro de esta escritora coreana, Han Kang, "La Vegetariana", y me quedé enredada en los pasillos de su universo. En la primera escena la protagonista de Hang, Yeonghye, tiene un sueño epifánico y se despierta en el medio de la noche para sacar toda la carne almacenada en la heladera de su casa. La imagen de esta mujer herbívora en camisón tocando los pedazos de carne congelada, de entrañas y grasa se me vuelve proyección. Yeonnghye parece no estar más ahí, como si su instinto y su pensamiento existieran a otro nivel, en otro espacio. Desde esa noche su herbivorismo se vuelve cada vez más extremo. Su cuerpo pierde peso. Se le ven los huesos. Parece frágil, llena de huecos. Su cuerpo anula eso que la hace humana. Yeonghye se vuelve pura y rechaza el orden del mundo: deja de consumir. Para Kang la purificación es la autodestrucción del cuerpo, única forma de alcanzar la verdadera libertad. Yonghye pertenece al mundo de la poesía: se vuelve un ser liviano y sin deseo, sutil, un ser que pierde lo humano para volverse anfibio poético, animal y vegetal.


En estos días fui a una exhibición de pintura erótica en el Museo Nacional de Bellas Artes. La mayoría de los cuadros eran de principios del siglo pasado: mujeres blancas de cuerpos flojos que posan sobre divanes de pana bordó. Una tenía un peinado de fiesta y un collar de perlas entre sus tetas pesadas. Pintura elitista, incluyendo el cuadro del rapto de la cautiva: una mujer blanca que es secuestrada por un malón de indígenas. En el cuadro la piel desnuda de María contrasta con el marrón de la tierra y de la piel salvaje. El cielo es gris tormenta y hay solo una franja de luz que hace brillar a María desnuda e indefensa. En la otra sala están Judith, Salomé, Pandora (la Eva griega) y Betsabé. Prostitutas y asesinas, los orígenes del mal.


Expuestos en el MNBA los estereotipos eróticos de la mujer: la puta y la pobrecita. La femme fatale y la mucama. La mujer como objeto de seducción. El juego al límite entre exponer y sugerir: la cautiva cabalga con las tetas desmayadas, pero una sábana blanca le cubre la entrepierna. La mezcla que excita, pudor y descaro, como la mujer del collar de perlas que mira al espectador con timidez, como pidiendo permiso por lo que se está dejando hacer. Provocación + inocencia.


*


Pienso en un cuerpo desnudo. Un cuerpo vacío, desierto, deserotizado. Un cuerpo como un objeto o como un vegetal, pero, en fin, un cuerpo. Un cuerpo sin deseo, quieto, inmóvil, sin espera, sin razones, sin pudor, sin nada que esconder, sin miedo. Un cuerpo de mujer.







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